¿Cuántas puertas ves?

¿Cuántas puertas ves?

Los bailarines, desde muy pequeños tenemos claro hacia donde nos dirigimos. Una profesión tan vocacional, constituye una prioridad en la forma de gestionar nuestros días. A medida que avanzamos en nuestra formación, vamos estableciendo metas: quiero ser bailarín, quiero entrar en esta compañía, ahora quiero montar mi espectáculo… Todo va bien, las cosas salen como esperábamos, y vivimos los éxitos con tanta emoción que parece no existir otra cosa.
Casi no hemos saboreado un logro cuando ya deseamos el siguiente. El conflicto se presenta, cuando no alcanzamos la meta prevista, aquella por lo que sentimos que hemos luchado durante tanto tiempo y por la que hemos dejado tantas cosas atrás. Entonces solo vemos aquello que no hemos conseguido olvidando lo alcanzado hasta ahora. Solo existe para nosotros ese fracaso con mayúsculas porque a partir de él sentimos que ya no valemos nada.
Este juicio lo emitimos a raíz de identificarnos en función de lo que conseguimos. “Valgo porque me cogieron en tal audición, porque mi espectáculo se programó, porque me reconocen dentro de la profesión” y un largo etcétera ligado a una expectativa de resultado.
Yo soy y valgo en función de lo que consigo. Quizás tener una única expectativa basada en el logro nos limite a no apreciar otras posibilidades que tenemos delante. Quedarnos mirando tan solo la puerta que elegimos nos priva de poder contemplar las demás que aguardan con  un sin fin de posibilidades. A veces la vida nos regala preciosas oportunidades disfrazadas de fracaso que nos permiten probar a abrir otras puertas que están esperándonos. Aceptar, soltar y fluir son buenas alternativas para no quedarse en lo que fue y poder abrirnos a lo que es y está por llegar sin expectativas. A su vez aprender a apreciarnos con independencia de lo que logramos nos libera de la exigencia de tener que conseguir para ser. Somos valiosos independientemente de nuestros resultados.